Buenoooooooooooo, por fin estoy aquí. Tras el episodio de ayer he podido comprobar que no es solo mi blog el que no funciona; no funciona ninguno (bienvenido a tu censura). En la RPChina se puede publicar pero no leer. En fin, ya se sabe dónde estoy...
Han pasado solo cuatro días pero parece que haya sido un siglo. Voy a tratar de contaros lo mejor y no agobiaros con una sobrecarga de información pero, por si acaso no lo consigo, os pido disculpas de antemano.
Tras unas cuantas horas de espera por fin dejamos el hotel de Guadalajara sobre las 2 de la mañana aunque para cuando montamos en el avión (las 5) y despegamos ya eran las seis menos veinte. Lo único positivo del retraso fue conocer a la gente del pasaje. La verdad es que nos echamos unas cuantas risas y hoy mismo hemos quedado para cenar pese a que estamos cada uno en una punta. Ah y por suerte coincidí con otros dos becarios del curso así que vinimos juntos a la residencia.
Total que la llegada a Pekín no pudo ser más curiosa. Lo primero que vi nada más recoger la maleta y dirigirme a la aduana fue...un Starbucks. Y, por supuesto, aquí hay KFC, McDonalds y demás. Y siempre llenos. Un comunismo muy descafeinado... Al salir del aeropuerto fue típico tópico del verano pekinés: bochorno total. De hecho fue como un golpe de calor en la cara que se nos instaló a todos en el cuerpo y aún no nos ha dejado del todo. Además, estaba lloviendo muy densamente y era noche cerrada (cerca de la una de la madrugada) así que la sensación era algo extraña (por el jet lag estábamos todos súper despejados). Por cierto que nos topamos con la mafia de los taxis, jeje, que en cuanto nos vio extranjeros quiso venir a timarnos y cogernos las maletas. No coló y en cinco minutos ya estábamos los tres en la cola de los taxis oficiales (aquí TODO está controlado: listas, guardias, policías, seguridad, autorizaciones, cámaras, ... En ese sentido la ciudad es increíblemente segura), que nos trajeron hasta este culo de Pekín (esquina oeste del tercer anillo [la Ciudad Prohibida es el primero y en total existen como cinco que abarcan un diámetro de más de 200 kms]). De momento esto es todo lo reseñable del primer día. Esto y que aquí nadie habla inglés (ni en el avión, ni el personal del aeropuerto, ni los taxistas, ni en la universidad...). Como no se pongan las pilas las Olimpiadas van a ser un desastre. Bueno, quizá no tanto porque se rumorea por aquí que el gobierno está aleccionando a las masas en grandes pabellones por toda la provincia (los atletas se alojarán al N y por todos los alrededores).
A partir del domingo ya empezó lo bueno. Conocí al resto de los becarios y fuimos a comer y a dar una vuelta por los alrededores. En esta zona la verdad que no hay nada de nada pero aún así hay una vida en la calle impresionante. Porque pese a lo que podamos pensar todos los chinos son de un animado que alucinas. De hecho, no tienen nada que envidiar a los españoles. Les dan las tantas de la noche en las terrazas de las calles, los comercios abren hasta tarde, todo está atestado de puestos de comida con sus respectivos clientes, las luces de los neones y carteles animan aún más la cosa, etc.
Por otra parte, de lo primero de lo que me di cuenta en China es de que el sitio más cutre puede albergar el mejor ciber, la mejor tienda o el mejor supermercado o el más increíble de los restaurantes. Además todo está lleno de contrastes. Los edificios de veinte plantas (seguramente más, ni puedo calcularlo) conviven pared con pared con casuchas del año ni se sabe o edificios pobres y de mala calidad. Como mucho, los separa una carretera (¿sabéis la M30? Pues eso es la hermana pequeña de la más pequeña de las carreteras que atraviesan Pekín…).
El cambio es brutal sobre todo en el Barrio de los Calígrafos (Liulichan Lu y alrededores). Para que os hagáis una idea es como pasar del Ensanche al Raval en Barcelona pero de manera radical. Eso lo visité ayer y me gustó bastante. Creo que es de lo más auténtico que queda en Pekín. Si vierais esas minicalles que aparecían y desaparecían a ambos lados de la ruta principal, esos chinos mayores jugando al ajedrez o al mahjong (al auténtico, no al de las máquinas) en cuclillas (porque, inexplicablemente, la gente aquí descansa en cuclillas, no sentada), esas señoras pequeñitas y encorvadas que arrastran con ellas años de mil y una experiencias vividas… Y las brochas. Esos pedazos de pinceles que utilizan para pintar los caracteres y que no sé ni cómo tienen fuerza para sujetarlos. En fin, indescriptible.
Pero me estoy liando. El domingo, como decía, nos quedamos por los alrededores y lo mejor fue que cenamos en un japonés auténtico (de esos en los que te quitas los zapatos para entrar en la sala, con la mesa bajita y sentada en el suelo) y súper bueno. La verdad es que nos salió un poco caro. ¿Cuánto le echáis? Venga va, que os lo digo: 2,8 euros. Sí, sí, como lo leéis. Como y ceno en restaurantes TODOS LOS DÍAS y ese es el precio máximo que he pagado hasta ahora. ¿Lo que menos? 6 yuanes (0,6 €). Aquí todo es baratísimo. Te sientes imperialista total cuando pagas con billete de 100 y tienen que ir a buscarte cambio y, en realidad, para ti solo son 10 €. Por cierto que los orientales se ríen de nosotros todo lo que quieren y más. De mi, en concreto, se ríen a la cara. Al principio pensaba que solo era porque les resultaba curioso verme (si os digo que por la calle se paran a mirarme y hasta me hacen fotos [por lo visto no han visto una pelirroja en su vida], pero todos ¿eh? Hombres, mujeres, niños y ancianos), pero hoy me he dado cuenta de que también se ríen de nosotros por varios motivos que van más allá de las apariencias. Por ejemplo, el otro día en el comedor de la uni dije “qing wen” y “wo bu yao mifang” y se partieron el culo de mi TODOS los cocineros. Yo no entendía la razón porque sabía a ciencia cierta que las palabras eran las correctas. Hoy en clase he descubierto que si la palabra es la correcta con el tono equivocado (en chino existen 4) es como si nada. En realidad lo que estaba diciendo es “por favor, besar”. Muy ridículo, ¡no pienso volver por ahí! Y respecto a lo segundo les choca a) que no queramos arroz (aquí es el ingrediente básico: TODO lleva arroz, ni siquiera lo cuentan como plato cuando pides en un restaurante porque saben que todo el mundo pide siempre) y b) se ríen de lo “poco” que pedimos en los restaurantes. Lo que pasa es que las raciones varían de un sitio a otro y no podemos calcular así que preferimos pedir de menos (los dos primeros días sobraba un montón de comida) y luego volver a pedir (en 5 min la sacan). Pues que se ríen de nosotros. Pero sin ningún disimulo ¿eh? (tampoco disimulan cuando nos miran o nos hacen fotos, es súper incómodo). Jaja, ahora que lo pienso es que ¡debemos ser como un elefante en una ferretería! Ah porque en nuestra resi no hay guiris. Son todos asiáticos (chinos, coreanos y japoneses sobre todo) y, atención, venezolanos. ¿Que qué hacen aquí? Agarraros: se dedican a la industria petrolífera y por algún motivo extraño el gobierno les ha enviado aquí a aprender chino.
Esa es otra. Pese a lo que todos pensábamos aquí no hay mucho turista occidental. Todo lo contrario. Son al 80% turistas chinos. Hablo, por ejemplo, de Tiananmen (tremendo, como podéis imaginar). Además tampoco había grandes aglomeraciones así que muy bien. Aún no he entrado en la Ciudad Prohibida (que se veía iluminada preciosa desde el avión), ya os diré si allí es igual. Y en la Muralla veremos a ver.
Qué más, qué más. Ah sí. Aquí el blanco parece estar de moda porque las chinas se protegen del sol con paraguas y solo están morenos los obreros de la construcción (que deben trabajar a destajo para el año que viene; pensad que quieren que haya 16 líneas de metro para entonces y actualmente solo existen cinco…). No contentas con eso llevan medias (qué calor!!!!!) y una especie de guantes de una tela extraña que les cubre el brazo entero, justo hasta la manga de la camiseta. Total, que con lo blanca que soy, el naranja de mi pelo y mi evidente cara de occidental debo ser todo un cuadro andante… Visto así no me extraña que me miren tanto.
Para acabar os hablaré de la comida y de Wangfujing. Sobre lo primero decir que no se parece casi en nada a la de los restaurantes chinos occidentales. Para empezar no hay ni rollitos de primavera, ni pan y todo es picante. Por supuesto nosotros lo pedimos sin picante y aún así se nota; imaginaros… Sobra decir que pedir la comida así les parece un sacrilegio (como cuando los alemanes piden ketchup para echarlo a la paella, pues igual). La verdura casi ni se ve y el pescado aún menos. Lo que más hay es arroz y carne de pollo o pato (exquisitez de alta reputación en Pekín [que se merece he de añadir] el kaoyan, o sea, pato laqueado). Las raciones son grandes y aunque he probado cosas (huevos de pato, por ejemplo, o verduras cuyo nombre ni conozco) me niego a comer bichos como los que vimos en Wangfujing. Este es el nombre de una de las calles principales de la capital. Allí vimos un espectáculo de luces y agua, un baile espontáneo con abanicos chinos y un callejón muy conocido donde conocimos a fondo la práctica del regateo. Es genial. Yo pensaba que sería muy violento pero qué va, es súper divertido. No necesitas ni preguntar por el precio. En cuanto ven que miras algo ya empiezan “hello, hello” (lo único que saben decir) y te sacan la calculadora para que tú les digas cuánto les das y empezar a regatear. Yo me lo pasé de coña y me compré un juego de mesa chino (kuaizi [palillos] con fundas, servilletas y manteles individuales para 6 personas) por 2,5 euros. Pero había de todo. Todo lo que pudierais imaginar está ahí. Pienso volver!
Hoy creo que voy a ir a darme un masaje, que total para lo que cuesta habrá que aprovechar, ¿no? Jeje
Ah, en mi espacio hay colgadas fotos. Hay una con los pinchos de caballitos de mar y escorpiones aunque la buena aún me la tienen que pasar. Otro día os cuento más cosas de las clases y la gente y todo eso.
Un besito para todos
Pero me estoy liando. El domingo, como decía, nos quedamos por los alrededores y lo mejor fue que cenamos en un japonés auténtico (de esos en los que te quitas los zapatos para entrar en la sala, con la mesa bajita y sentada en el suelo) y súper bueno. La verdad es que nos salió un poco caro. ¿Cuánto le echáis? Venga va, que os lo digo: 2,8 euros. Sí, sí, como lo leéis. Como y ceno en restaurantes TODOS LOS DÍAS y ese es el precio máximo que he pagado hasta ahora. ¿Lo que menos? 6 yuanes (0,6 €). Aquí todo es baratísimo. Te sientes imperialista total cuando pagas con billete de 100 y tienen que ir a buscarte cambio y, en realidad, para ti solo son 10 €. Por cierto que los orientales se ríen de nosotros todo lo que quieren y más. De mi, en concreto, se ríen a la cara. Al principio pensaba que solo era porque les resultaba curioso verme (si os digo que por la calle se paran a mirarme y hasta me hacen fotos [por lo visto no han visto una pelirroja en su vida], pero todos ¿eh? Hombres, mujeres, niños y ancianos), pero hoy me he dado cuenta de que también se ríen de nosotros por varios motivos que van más allá de las apariencias. Por ejemplo, el otro día en el comedor de la uni dije “qing wen” y “wo bu yao mifang” y se partieron el culo de mi TODOS los cocineros. Yo no entendía la razón porque sabía a ciencia cierta que las palabras eran las correctas. Hoy en clase he descubierto que si la palabra es la correcta con el tono equivocado (en chino existen 4) es como si nada. En realidad lo que estaba diciendo es “por favor, besar”. Muy ridículo, ¡no pienso volver por ahí! Y respecto a lo segundo les choca a) que no queramos arroz (aquí es el ingrediente básico: TODO lleva arroz, ni siquiera lo cuentan como plato cuando pides en un restaurante porque saben que todo el mundo pide siempre) y b) se ríen de lo “poco” que pedimos en los restaurantes. Lo que pasa es que las raciones varían de un sitio a otro y no podemos calcular así que preferimos pedir de menos (los dos primeros días sobraba un montón de comida) y luego volver a pedir (en 5 min la sacan). Pues que se ríen de nosotros. Pero sin ningún disimulo ¿eh? (tampoco disimulan cuando nos miran o nos hacen fotos, es súper incómodo). Jaja, ahora que lo pienso es que ¡debemos ser como un elefante en una ferretería! Ah porque en nuestra resi no hay guiris. Son todos asiáticos (chinos, coreanos y japoneses sobre todo) y, atención, venezolanos. ¿Que qué hacen aquí? Agarraros: se dedican a la industria petrolífera y por algún motivo extraño el gobierno les ha enviado aquí a aprender chino.
Esa es otra. Pese a lo que todos pensábamos aquí no hay mucho turista occidental. Todo lo contrario. Son al 80% turistas chinos. Hablo, por ejemplo, de Tiananmen (tremendo, como podéis imaginar). Además tampoco había grandes aglomeraciones así que muy bien. Aún no he entrado en la Ciudad Prohibida (que se veía iluminada preciosa desde el avión), ya os diré si allí es igual. Y en la Muralla veremos a ver.
Qué más, qué más. Ah sí. Aquí el blanco parece estar de moda porque las chinas se protegen del sol con paraguas y solo están morenos los obreros de la construcción (que deben trabajar a destajo para el año que viene; pensad que quieren que haya 16 líneas de metro para entonces y actualmente solo existen cinco…). No contentas con eso llevan medias (qué calor!!!!!) y una especie de guantes de una tela extraña que les cubre el brazo entero, justo hasta la manga de la camiseta. Total, que con lo blanca que soy, el naranja de mi pelo y mi evidente cara de occidental debo ser todo un cuadro andante… Visto así no me extraña que me miren tanto.
Para acabar os hablaré de la comida y de Wangfujing. Sobre lo primero decir que no se parece casi en nada a la de los restaurantes chinos occidentales. Para empezar no hay ni rollitos de primavera, ni pan y todo es picante. Por supuesto nosotros lo pedimos sin picante y aún así se nota; imaginaros… Sobra decir que pedir la comida así les parece un sacrilegio (como cuando los alemanes piden ketchup para echarlo a la paella, pues igual). La verdura casi ni se ve y el pescado aún menos. Lo que más hay es arroz y carne de pollo o pato (exquisitez de alta reputación en Pekín [que se merece he de añadir] el kaoyan, o sea, pato laqueado). Las raciones son grandes y aunque he probado cosas (huevos de pato, por ejemplo, o verduras cuyo nombre ni conozco) me niego a comer bichos como los que vimos en Wangfujing. Este es el nombre de una de las calles principales de la capital. Allí vimos un espectáculo de luces y agua, un baile espontáneo con abanicos chinos y un callejón muy conocido donde conocimos a fondo la práctica del regateo. Es genial. Yo pensaba que sería muy violento pero qué va, es súper divertido. No necesitas ni preguntar por el precio. En cuanto ven que miras algo ya empiezan “hello, hello” (lo único que saben decir) y te sacan la calculadora para que tú les digas cuánto les das y empezar a regatear. Yo me lo pasé de coña y me compré un juego de mesa chino (kuaizi [palillos] con fundas, servilletas y manteles individuales para 6 personas) por 2,5 euros. Pero había de todo. Todo lo que pudierais imaginar está ahí. Pienso volver!
Hoy creo que voy a ir a darme un masaje, que total para lo que cuesta habrá que aprovechar, ¿no? Jeje
Ah, en mi espacio hay colgadas fotos. Hay una con los pinchos de caballitos de mar y escorpiones aunque la buena aún me la tienen que pasar. Otro día os cuento más cosas de las clases y la gente y todo eso.
Un besito para todos
1 comentario:
Ah c'est cool tu nous fais voyager, merci!!!
Alors, comment il était ce massage??
Gros bisous de babs
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