domingo, 9 de diciembre de 2007

Como dije, ayer estuve en Estrasburgo (Alsacia) y tengo que decir que me gustó mucho. Salvo por el frío, jeje, que te helaba de los pies a la cabeza, pero bueno, para eso hay un montón de puestos vendiendo castañas y vino caliente (entre otras muchas cosas).

No puedo decir con propiedad que me recuerde a los Países Bajos porque no he estado nunca allí pero, no sé, la estética de las casas como que me quieren parecer de ese estilo. Seguramente no tiene nada que ver con eso y mucho con lo germano, que para eso Alsacia y Lorena han pertenecido a Alemania y a Francia en diferentes momentos de la historia (hasta la actualidad, que son franceses). Así que será eso. En cualquier caso, la ciudad es muy bonita y ya se sabe que en Navidad todo tiene el doble de encanto, sobre todo cuando te lo llenan de luces y adornos y los olores a chocolate caliente, castañas y dulces sobrevuelan la ciudad de un mercado navideño a otro.

Por supuesto, es inevitable que la gente se acumule en cada esquina con lo cual moverse a un ritmo decente es casi imposible. Además, al ser sábado pues ya os podéis imaginar. A los ciudadanos de Estrasburgo había que sumar los estudiantes, los “vecinos” de la zona circundante (como mi grupo venido de Friburgo) y los turistas (incluso de Québec, invitados de honor de la ciudad de este año). Total, que estaba lleno en todos los sitios. Aún así, nos las apañamos para tomar un café y comer algo. Supongo que para un francés no tiene nada de novedoso entrar en cualquiera de los cafés de la ciudad pero para mi, tengo que decirlo, era como adentrarme en una especie de sueño pseudos bucólico y ciertamente romántico. No puedo mostrar fotos de esos sitios porque no hacen justicia. El encanto o se ve o no se ve. Yo lo veo (y si no me lo invento, jeje), pero eso no significa que a todo el mundo le guste.

Además parece que la gente es abierta y enseguida oyes a tres estudiantes cantando y tocando la guitarra o a un coro vestido de papá Noel animando la plaza. Vamos, que queda claro que yo recomiendo visitar la ciudad, jeje. A ver la semana que viene adónde voy… ¡Tengo cinco días para pensarlo!

¡Muaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaak!

sábado, 8 de diciembre de 2007

Dirección: Friburgo

Hola a todo el mundo, ¡otra vez! Bueno, anda que no ha llovido desde octubre… Ya sé que me hacíais en Berlín pero, aunque allí estuve, al final hubo cambio de planes y me marché (mala suerte, ¡otra vez será!) y tras varias semanas de saludable inactividad casera volví a ponerme en marcha este lunes. Eso sí, la ciudad sigue pareciéndome una buena capital europea. Fría (heladora), también, pero muy joven. Aunque bueno, eso lo dejo para otra entrada del blog, jeje.

Total que ahora estoy haciendo un curso en el Instituto Goethe de Friburgo. Para que me localicéis en el mapa os diré que el nombre en alemán es Freiburg, que forma parte del estado (land) de Baden-Württemberg y que está a menos de una hora de la frontera con Suiza y Francia. De hecho, los tres países comparten en algún punto la llamada “Selva Negra” (que aún no he visitado, pero dadme tiempo). Estoy viviendo en una residencia lo que significa que aquí hay gente de todo el mundo. Lo triste es que todos sepan quiénes son los españoles que viven aquí por ser ellos los que fuman en el comedor del primer piso (“aireando” que da gusto). En fin, tendré que resignarme. Menos mal que hay dos pisos más que si no, vaya asquete comer con el olor a tabaco… Aparte de eso, lo más reseñable de la residencia (y, en definitiva, de Alemania) es que aquí lo de reciclar lo tienen tan asumido que en cada habitación hay tres papeleras (papel y cartón, plástico y restos), así como en las cocinas y en el propio instituto (igualito que en España). Eso sí, creo que la gente no tiene muy claro dónde echar cada cosa porque en las cocinas está todo absolutamente mezclado. Una lástima, aunque la intención es excelente.

Otra cosa que siempre llama la atención de Alemania es su obsesión por no olvidar su pasado. Por todo el país existen diferentes monumentos y homenajes a los judíos pero, lo que no sabía es que llegaban a ser tan frecuentes. Por ejemplo en Friburgo, en un espacio de escasos 10 minutos andando te encuentras con lo de la foto de la izquierda (un abrigo de los que llevaban los judíos con la obligada estrella de David en la solapa y la respectiva placa explicativa), pequeñas chapas cuadradas en el suelo pero por encima del nivel del suelo (de forma que si no tienes cuidado te tropiezas – es decir, que caes en la cuenta de que ahí hay una chapa que significa algo –) que honran a un niño y un hombre de la ciudad muertos en Auschwitz, una plaza con nombre Plaza de los judíos (que recuerdo que aquello, antes de que borraran su existencia, fue un emplazamiento judío) y un cartel de carretera que recuerda que a unos pocos kilómetros de la ciudad hubo una vez un campo de exterminio. Así que ya veis. No se permiten ni el más mínimo margen estos alemanes. Ni los que lo vivieron ni los que no lo han vivido. Me han comentado que los jóvenes ya esto como que lo ven demasiado porque claro, no va con ellos, pero que el sentimiento nacional sigue siendo demasiado fuerte. Y de todas maneras, no sé hasta qué punto esto es cierto.

Mañana os cuento qué tal me ha ido hoy de visita en Estrasburgo. ¡Un beso!