sábado, 25 de agosto de 2007

Recomenzamos la cuenta atrás...

Bueno, parecía que no pero ya hemos llegado al mismo punto de siempre: las maletas. El ciclo no se interrumpe nunca y, una vez más, me encuentro con la que ha sido mi habitación durante dos meses completamente patas arriba, con trastos aquí y allá y un nerviosismo semi-cotidiano que cualquiera que esté acostumbrado a empaquetar y desempaquetar comprende.

Cuando uno se para a pensarlo es cuando se da cuenta de la tendencia tan ¿natural? que posee el ser humano a acumular cosas. Y no solo eso, a cogerles cariño a todas. ¿Cómo decidir qué debe acompañarte de vuelta a casa y qué debe perderse para siempre en alguna papelera de Asia? El criterio no es ecuánime, está claro. Al fin y al cabo, queramos o no, todas y cada una de las pequeñas cosas que nos rodean esconden una historia detrás. Puede que sea trascendental o irrelevante, eso cada uno lo sabe, pero lo cierto es que todos los objetos, miradas, escenas y palabras portan consigo un significado. A veces nos pasa desapercibido y otras nos pesa demasiado como para dejarlo de lado. En cualquier caso, cuando uno viaja y vive experiencias como esta es cuando se enfrenta a pequeños dilemas cotidianos como este con mucha más frecuencia que aquellos a los que yo llamo “semi-sedentarios”. No obstante, no me voy a conceder el permiso para divagar (como siempre) porque no quiero aburriros. Hoy estoy aquí sentada por última vez para compartir con vosotros estos últimos instantes de lo que ha sido una de las mayores y mejores experiencias de mi vida.

Se dice por ahí que el tiempo y las circunstancias cambian a las personas, que la vida nos hace madurar y que los actos de terceros desconocidos pueden alterar nuestros destinos. Lo que no se cuenta es que los viajes son esos momentos incomparables en los que todos los elementos anteriores se entrelazan entre sí y te confunden una y otra vez, tirando de ti hacia mil y un lugares y personas que acaban por transformarte sin que apenas puedas darte cuenta. Hace dos meses llegó aquí una chica. Hoy, se marcha otra.

Canta Ana Belén que “en Macondo comprendí que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. Por si alguien no se ha parado a reflexionar sobre el tema, por favor, que lo haga. Y una vez que haya llegado a sus propias conclusiones que se pregunte a sí mismo si acaso es deseable volver. Cuando uno vive experiencias tan intensas como esta en un periodo de tiempo tan corto alcanza un punto en que, quizá, tanta intensidad le desgarra en cierta manera por dentro. Es un desgarro suave, es cierto, como si te dieras cuenta de que en esos momentos de risas, confesiones, lágrimas, preocupaciones y discusiones, una parte de ti es consciente de que esa situación es finita. Hace treinta días no conocías a esta persona. Hoy no puedes concebir levantarte mañana y no verla. Hace setenta noches dormías soñando con lo que sería ese lugar tan lejano llamado Asia, hoy sientes que al dejar estas tierras estás abandonando sin quererlo una parte de ti en cada una de las calles que dejas atrás con el taxi.

En estas semanas he conocido a gente maravillosa, he visitado lugares increíbles, he olido y saboreado (con mayor o menor fortuna) aromas y platos desconocidos, me he acostumbrado a sonidos más o menos agradables y, aunque dos meses apenas es nada comparado con la vida, creo que puedo decir que he vivido en Pekín. Con más o menos éxito he tratado de vivir la ciudad siempre que he podido y considero que la propia rutina de clases y exámenes me ha ayudado a sentirme una más de esta enorme y desproporcionada urbe.

Seguramente no echaré de menos Pekín, pero sí todo lo que significa.

Nos vemos en España…

miércoles, 15 de agosto de 2007

Bienvenidos a Shanghai

Bueno, bueno, parecía que no pero ya nos vamos acercando al final de esta aventura. No obstante, aún es pronto para hacer balance así que es mejor que me centre en los últimos días.

Si habéis echado un vistazo a mi espacio habréis visto un nuevo álbum titulado “Shanghai” donde he recopilado algunas de las mejores fotos de este fin de semana. La verdad es que Pekín y Shanghai son dos ciudades completamente ajenas la una a la otra. Mientras que Pekín cuenta con un metro insuficiente y un paisaje más bien nankan, Shanghai disfruta de una arquitectura rica (herencia de la época colonialista) y de unas muy buenas comunicaciones. Por supuesto, no tiene ni la mitad de cosas interesantes que visitar que Pekín pero, qué queréis que os diga, me quedo con Shanghai. Además, tuvimos la suerte de dormir en un albergue en pleno centro de la ciudad desde donde pudimos ir andando a prácticamente todos los sitios.

El viernes lo dedicamos a ver la Ciudad Antigua donde se encuentra el Parque Yuyuan (jardines y más jardines, aunque merece mucho la pena), el Bazar Yuyuan (muy pero que muy bonito), la Concesión Francesa, Nanjing Lu (la calle comercial por excelencia, asiática hasta decir basta [luces por todos los sitios]), la Plaza del Pueblo y el Parque del Pueblo. Para poner punto final al día lo completamos tomando un par de copas en un club de blues (Cotton Club) donde, aparte de clavarnos el precio europeo (y no el estándar precisamente), nos relajamos un rato antes de irnos a dormir. Y es que al día siguiente, sábado, nos marchamos a Suzhou, una zona conocida como la Venecia china.
Personalmente creo que se trata de un sitio bonito y agradable aunque no sé hasta qué punto es merecedor de tal calificativo. También es cierto que yo misma no he estado en Venecia así que no puedo comparar pero bueno.

Lo más reseñable de la excursión a Suzhou fue, sin ninguna duda, un altercado con unos taxistas ilegales. Hasta ahora nos habían salido siempre bien pero está visto que sobrepasamos el cupo y ya nos tocaba la mala experiencia así que tras mucho discutir y agradecer la intervención de un policía local logramos continuar con el día sin que los señores de turno nos aguaran la excursión.

Así que, como decía, visitamos Suzhou y otro pueblecito cercano (Zhouzhuang) donde vimos escenas como la de la foto de la izquierda.

Por último el domingo paseamos por el Bund (seguramente la calle más famosa de Shanghai) hasta llegar a uno de los hoteles Hyatt de la ciudad donde pudimos desayunar contemplando las vistas de la ciudad desde una altura de 30 pisos. No contentas con eso cruzamos a Pudong (el barrio que se ve a la izquierda) a través del túnel turístico (muy ridículo; una de las visitas a obviar la próxima vez) y tras pasear por los alrededores de la Torre de la Perla (la más alta que se ve en la foto, que no en la ciudad), comimos en uno de los mejores hoteles del mundo (Shang-ri la) a nivel de restaurante medio europeo. Es decir, un lujazo poder comer esa maravilla por menos de 30 euros.

Sobra decir que en Europa no podríamos permitirnos ni el desayuno…


Aparte de la visita a Shanghai, la semana pasada pude disfrutar de la experiencia de la peluquería china: lavar, masajear (cabeza, cuello, hombros y brazos), cortar y peinar por 2 euros. Ay, ¡¡qué gusto!! Jaja Seguro que a más de una (y de uno) se le ponen los dientes largos… No, fuera de bromas. Si alguien se pasa por China que no se marche sin pasar por la peluquería. Merece la pena solo por ver el tiento con el que te lavan la cabeza sin derramar ni una sola gota (y eso que no estás con la cabeza en una pila, como en España, sino sentada normal en un sillón).

Ah, y también vi El último emperador de Bernardo Bertolucci. No es china lo que se dice china pero refleja muy bien la historia reciente del país. Además, siempre hace ilusión ver en la pantalla lugares en los que ya has estado, ¿no creéis?

martes, 7 de agosto de 2007

Nacer en el lado bueno del mundo

Queridos todos:

Se acerca el final de esta experiencia lenta pero inexorablemente. Lo comento con mis compañeros y diría que ninguno se lo cree. A todos les parece que llegamos ayer y a casi todos les va a parecer surrealista despertar en casa dentro de unas semanas y no vernos las caras a todas horas. Resulta extraño darse cuenta de que quienes hace poco más de un mes eran unos auténticos desconocidos han convivido y compartido contigo prácticamente todas las horas del día durante un periodo de tiempo relativamente largo. En fin, la vida…

Melancolías fugaces aparte, estos últimos siete días la verdad que no han sido muy productivos. Salvo un par de visitas en la ciudad la verdad que no he podido hacer mucho, como leeréis más adelante. No obstante, tuve la oportunidad de visitar un sitio conocido como “798”. Se trata de una especie de barrio pekinés donde se concentran todas las galerías de arte y las tendencias chinas del momento. Dado que mis conocimientos de arte son más bien nulos y mi capacidad para apreciar la expresividad artística contemporánea se ahoga en mi propia ignorancia pues la verdad que no me gustó mucho. El lugar, desde luego, era interesante (donde antes había fábricas e industrias ahora hay espacios abiertos y creatividad) y algunos de los cuadros que vi sí que me convencieron pero, seamos francos, la excursión en sí no triunfó demasiado.

Lo que sí cosechó laureles fue el Palacio de Verano (Yiheyuan). Resulta que este palacio lo construyó la emperatriz Cixi, una mujer de armas tomar que despilfarró el dinero destinado a reformar el ejército en este parque inmenso que hace que a Versalles le entre cierto complejo de inferioridad. Pero bueno, me temo que todos los líderes antiguos (por no decir modernos en algunos casos) hicieron lo mismo en su momento; en China, en Europa y en todos los sitios (estoy segura que al francés de turno que se moría de hambre no le hacía ninguna gracia ver cómo levantaban semejante consumidor de lujo y derroche). Pero bueno, lo positivo del asunto es que gracias a malas decisiones como aquellas nosotros, hoy, podemos disfrutar de un grandioso patrimonio de la humanidad, ¿o no?

De todas maneras, la más grande de las experiencias de esta semana ha sido darme cuenta de la suerte que tengo (tenemos). Resulta que, sin previo aviso, enfermé de gastroenteritis y, ante tanto vómito y malestar sin ser capaz de comer (y mucho menos beber) en casi 24 horas, no tuve otro remedio que salir al hospital. Afortunadamente para mí me atendieron en el hospital para extranjeros de Pekín lo que significa que tuve un médico y una enfermera solo para mi, televisión, películas, libros, mantas de colores y, por supuesto, medicamentos adecuados, efectivos y rápidos. Fue cuando estaba enganchada al suero que no pude por menos que pensar que mientras yo disfrutaba de todas esas comodidades (¿lujos?) que, casi seguro, no ves en el sistema público español (y menos en el chino), millones (y millones y aún más millones) de ciudadanos chinos (por no abrir fronteras y pensar a lo grande…) no tienen acceso a una asistencia sanitaria mínima. Al comentárselo a un amigo me dijo resignado: “te tocó nacer en el lado bueno del mundo; no pienses ahora en eso”. No lo hice. Cerré los ojos y mientras mi cuerpo absorbía ansioso el suero y los antibióticos yo me quedé dormida.

No soñé con nada.