martes, 7 de agosto de 2007

Nacer en el lado bueno del mundo

Queridos todos:

Se acerca el final de esta experiencia lenta pero inexorablemente. Lo comento con mis compañeros y diría que ninguno se lo cree. A todos les parece que llegamos ayer y a casi todos les va a parecer surrealista despertar en casa dentro de unas semanas y no vernos las caras a todas horas. Resulta extraño darse cuenta de que quienes hace poco más de un mes eran unos auténticos desconocidos han convivido y compartido contigo prácticamente todas las horas del día durante un periodo de tiempo relativamente largo. En fin, la vida…

Melancolías fugaces aparte, estos últimos siete días la verdad que no han sido muy productivos. Salvo un par de visitas en la ciudad la verdad que no he podido hacer mucho, como leeréis más adelante. No obstante, tuve la oportunidad de visitar un sitio conocido como “798”. Se trata de una especie de barrio pekinés donde se concentran todas las galerías de arte y las tendencias chinas del momento. Dado que mis conocimientos de arte son más bien nulos y mi capacidad para apreciar la expresividad artística contemporánea se ahoga en mi propia ignorancia pues la verdad que no me gustó mucho. El lugar, desde luego, era interesante (donde antes había fábricas e industrias ahora hay espacios abiertos y creatividad) y algunos de los cuadros que vi sí que me convencieron pero, seamos francos, la excursión en sí no triunfó demasiado.

Lo que sí cosechó laureles fue el Palacio de Verano (Yiheyuan). Resulta que este palacio lo construyó la emperatriz Cixi, una mujer de armas tomar que despilfarró el dinero destinado a reformar el ejército en este parque inmenso que hace que a Versalles le entre cierto complejo de inferioridad. Pero bueno, me temo que todos los líderes antiguos (por no decir modernos en algunos casos) hicieron lo mismo en su momento; en China, en Europa y en todos los sitios (estoy segura que al francés de turno que se moría de hambre no le hacía ninguna gracia ver cómo levantaban semejante consumidor de lujo y derroche). Pero bueno, lo positivo del asunto es que gracias a malas decisiones como aquellas nosotros, hoy, podemos disfrutar de un grandioso patrimonio de la humanidad, ¿o no?

De todas maneras, la más grande de las experiencias de esta semana ha sido darme cuenta de la suerte que tengo (tenemos). Resulta que, sin previo aviso, enfermé de gastroenteritis y, ante tanto vómito y malestar sin ser capaz de comer (y mucho menos beber) en casi 24 horas, no tuve otro remedio que salir al hospital. Afortunadamente para mí me atendieron en el hospital para extranjeros de Pekín lo que significa que tuve un médico y una enfermera solo para mi, televisión, películas, libros, mantas de colores y, por supuesto, medicamentos adecuados, efectivos y rápidos. Fue cuando estaba enganchada al suero que no pude por menos que pensar que mientras yo disfrutaba de todas esas comodidades (¿lujos?) que, casi seguro, no ves en el sistema público español (y menos en el chino), millones (y millones y aún más millones) de ciudadanos chinos (por no abrir fronteras y pensar a lo grande…) no tienen acceso a una asistencia sanitaria mínima. Al comentárselo a un amigo me dijo resignado: “te tocó nacer en el lado bueno del mundo; no pienses ahora en eso”. No lo hice. Cerré los ojos y mientras mi cuerpo absorbía ansioso el suero y los antibióticos yo me quedé dormida.

No soñé con nada.

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